Con el alto grado de Mariscal, Alcazar emprendería una infortunada operación para batir al temible Benavides. En ella encontraría heroica muerte en el Combate de Tarpellanca (26.IX.1820), en lo que hoy conocemos como Puente Perales, uno de los pasos del río Laja, en el camino a Yumbel.
El plan para capturar a Vicente Benavides, ideado en 1819 por el Intendente de Concepción, General Ramón Freire, era sencillo. El atacaría al montonero por el camino de la costa, mientras que el entonces Coronel Alcázar avanzaría desde Los Ángeles hacia el sur del Bio Bío, atravesando éste frente a Nacimiento.
Después del desastre de Pangal, el Mariscal Alcázar se encontraba en una situación bastante crítica. La guarnición de Los Ángeles, con su población civil, estaba aislada y había sufrido ya cuatro asedios de la indiada manejada por Benavides.
En estas circunstancias recibió Alcázar una falsa orden para que abandonara Los Ángeles y cruzara el Laja por el vado de Tarpellanca, para unirse a las tropas de Concepción en las proximidades de Yumbel. Engañado o no, el Mariscal Del Alcázar se impuso la obligación humanitaria de salvar a la población angelina, particularmente a las mujeres y niños. Si éstos permanecían en la villa, sin protección armada, serían horrorosamente sacrificados. En consecuencia, organizó una columna con carretas, animales y el total de los moradores, que marchó hacia el Laja escoltada por las fuerzas del veterano militar (a la sazón ya tenía 67 años).
Dejó la villa el 25. IX. 1820 al frente del Batallón de Cazadores de Coquimbo, 45 artilleros, 100 a 200 indígenas amigos y cerca de un millar de paisanos.
Alcázar llegó al vado de Tarpellanca con su columna de fugitivos al amanecer del 26 de septiembre. El río Laja formaba en esa época, frente al paso, una isla que lo dividía en dos brazos. Cuando la población angelina se encontraba en la citada isleta y parte de las tropas en la ribera opuesta, emergieron por todas partes una cantidad impresionante de fuerzas realistas, soldados e indígenas, que alzaban sus armas en señal anticipada de victoria...
De inmediato Del Alcázar hizo rodear a la población civil por las pocas carretas y cuanto artefacto se encontró a mano, mientras que las tropas que habían cruzado el río regresaron a la isla arenosa para reforzar la defensa. El único que no se plegó al improvisado baluarte fue el Teniente Coronel Isaac Thompson, Comandante del Coquimbo. Según declararía después, había pretendido ir en busca de ayuda a Concepción.
Fue en estos aciagos instantes cuando el casi septuagenario Mariscal Del Alcázar mostró la fibra de su temple, dando órdenes desde la silla de su caballo y recorriendo los lugares donde se refugiaban las mujeres, niños y enfermos, les animaba y les aseguraba que les salvaría la vida.
13 horas (32, dice Mariano Torrente) resistió los impetuosos asaltos del enemigo, especialmente de las hordas del cacique Mañil, azuzadas por Benavides.
Tampoco tenían mejor resultado los ataques de los montoneros del comandante Juan Manuel Pico. Los patriotas, bajo las voces de mando del mariscal Pedro Andrés Alcázar, disparaban con excelente puntería y corrían de un lado a otro para tapar huecos o rechazar a los más audaces que lograban pisar la isla.
Agotadas las municiones, los defensores de Tarpellanca se mostraron dispuestos a pelear con cuchillos, bayonetas y a culatazos. Fue el momento en que Benavides y Pico enviaron un parlamentario a proponer una capitulación honrosa, asegurando la vida y libertad de los pobladores. Los oficiales serían hechos prisioneros y la tropa seria distribuida en las guerrillas realistas.
Si Alcázar hubiese estado sólo al frente de sus soldados, habría continuado batallando o se habría abierto paso como lo hiciera en Rancagua. Mas las mujeres, niños, ancianos y enfermos debían tener una oportunidad de salir con vida, evitando una feroz masacre. Alcázar creyó en la bandera de paz. Jamás se imaginó o no quiso creer en un absurdo martirologio.
La heroica jornada de Tarpellanca (26. IX. 1820) había terminado, luego de la firma de capitulación, efectuada a las 2 A.M. del día 27, pero con los primeros rayos del sol, se desencadenaría la tragedia.
Vicente Benavides soltó a las fieras de Mañil, que se lanzaron sobre los pobladores con crueldad. En tanto, el comandante Gaspar Ruiz, jefe político del partido de La Laja y los 17 oficiales, habían sido separados de la tropa y conducidos en dirección a Yumbel.
El 28 de septiembre los prisioneros recibieron orden de continuar la marcha, luego de pernoctar en San Cristóbal. Cerca de Yumbel, los oficiales habían sido encerrados en un rancho, donde fueron ultimados a sable, lanza y balazos. Entretanto, Alcázar y el comandante Ruiz fueron lanceados y destrozados sus cuerpos. Se cree que el cacique Catrileo fue el que primero lanceó al veterano soldado tucapelino.
Esta fue la página más negra de la llamada Guerra a Muerte, de la cual -al decir de Francisco A. Encina- hasta "los propios indios tuvieron vergüenza de cantar victoria".
Con este terrible capítulo, culminó la vida de una de los personajes más gloriosos del Ejército chileno y de la Provincia de Bio Bío.
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